Artemisia Lomi Gentileschi, nacida
el 8 de julio de 1593, fue una de las mejores discípulas de su propio
padre. El pintor toscano Orazio Gentileschi seguía los dictados del gran
Caravaggio de cuya escuela romana fue uno de sus más importantes
representantes. Junto con sus hermanos, Artemisia empezó muy joven a aprender
las técnicas pictóricas de las que hacía gala su propio padre. Pero a pesar de
ser mucho mejor que sus hermanos, su condición femenina le impidió ingresar en
ninguna de las academias de Bellas Artes romanas. Orazio, consciente del
talento de su hija, decidió que ésta continuara su formación en privado. Fue
por eso por lo que le asignó un preceptor, el que sería el origen de su más
horrible desgracia.
La obra de esta pintora barroca fue el reflejo de una vida marcada por
un dramático episodio. Violada por su propio preceptor y sometida a tortura
para defender su dignidad y honor, Artemisia consiguió convertirse en una de
las artistas más importantes de su época y en un referente de la pintura
caravaggista. A través de sus cuadros, Artemisia no sólo mostró su propia
belleza sino que plasmó la angustia, el odio y el dolor de su propia vida. Y a
pesar de que fue olvidada por un tiempo por su condición de mujer, su obra
perduró para siempre.
Logro convertirse en una pintora de
éxito al servicio de personajes tan importantes en la época como Cosme II de
Médici. Roma, Florencia, Venecia, Inglaterra y Nápoles se convirtieron en el
hogar de esta mujer luchadora que consiguió vivir de su arte. Desde que a los
diecisiete años firmara su primera pintura, Artemisa consiguió ganarse una gran
reputación como artista raramente reservada a las mujeres.
Artemisa nos legó cuadros religiosos,
históricos, retratos, que actualmente se pueden contemplar en grandes
pinacotecas del mundo y lugares emblemáticos como el Palazzo Pitti o los Ufizzi
en Florencia, El Prado o El Escorial en Madrid y así una larga lista de museos,
galerías de arte, palacios o iglesias que acogen las 34 obras que de Artemisa
se han conservado.
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